La Feria Migrante: un viaje de sabores y cultura que late en el corazón de la Ciudad

Este fin de semana, la Ciudad de Buenos Aires se llena de color, aroma y diversidad con una propuesta que no solo abre el apetito, sino también la mente: la Feria Migrante, un encuentro que celebra la inclusión, la interculturalidad y la fuerza emprendedora de las comunidades migrantes.

Durante tres días consecutivos, la Feria Migrante transforma espacios públicos porteños en verdaderos corredores culturales, donde los sabores, colores y tradiciones de distintas regiones del mundo —con fuerte impronta venezolana— invitan a celebrar la diversidad y la inclusión. La cita es este viernes en Plaza Manzana 66, y el sábado y domingo en Parque Rivadavia, de 11 a 19 con entrada libre y gratuita.

“Queremos que la feria sea un puente entre culturas, un lugar donde se escuche cada acento, se sienta cada aroma y se valore el esfuerzo de tantos emprendedores que encontraron en Buenos Aires un nuevo hogar”, cuenta Mariana Vivas, una de las organizadoras, con acento caraqueño y los ojos brillosos de orgullo.

Desde Palermoweb estuve recorriendo esta propuesta y puedo decirlo con certeza: la Feria Migrante no es solo un mercado, es una experiencia. Caminar entre los stands es entrar a un mundo paralelo donde se mezclan acentos, colores y relatos de vida que resisten al desarraigo con trabajo, creatividad y cultura.

Lo que más destaca en esta edición es la presencia venezolana, con una oferta gastronómica que impacta desde el primer bocado. Entre los imperdibles, me encontré con:

  • Tequeños recién fritos, crujientes por fuera, con ese queso blanco que se estira en cada mordida.

  • Arepas en versiones clásicas y gourmet, rellenas de reina pepiada, pernil o queso guayanés.

  • Cachapas, esas deliciosas tortillas de maíz dulce que combinan a la perfección con queso de mano.

  • Pan andino, pan de jamón y pan piñita, que evocan la Navidad venezolana sin importar la estación del año.

  • Postres tradicionales como el tres leches, la torta de piña o los famosos golfeados con papelón y queso.

  • Además, opciones sin azúcar ni gluten, demostrando un fuerte compromiso con la inclusión alimentaria.

Pero la feria no se queda solo en la comida. También hay artesanías, textiles, cosmética natural, cerámicas, accesorios y propuestas artísticas que reflejan la identidad de cada región representada.

Según datos del Observatorio de Migraciones Internacionales, en la Ciudad de Buenos Aires viven más de 400.000 migrantes. Iniciativas como esta feria no solo visibilizan su presencia, sino que también crean redes de apoyo, fortalecen la economía popular y tienden puentes culturales en un contexto global que muchas veces empuja a lo contrario.

La propuesta es organizada en conjunto con Valor BA, el programa del Gobierno porteño que busca potenciar a emprendedores de impacto social, y cuenta con una programación rotativa que permite que nuevas propuestas se sumen cada fin de semana. Además, la ubicación en parques y plazas estratégicas invita al vecino porteño a encontrarse, casi por casualidad, con un universo cultural que quizás desconoce, pero que está más cerca de lo que cree.

Desde mi mirada, la Feria Migrante no es solo una feria. Es una oportunidad para repensar la ciudad que habitamos, para abrirnos al otro desde el plato, la charla y el encuentro. Porque cuando una arepa se comparte entre desconocidos, ya no hay fronteras. Solo quedan sabores, historias y el pulso de una Buenos Aires que late cada vez más diversa.