La Historia Olvidada del Monumento a Eva Perón: Un Sueño de Grandeza
La monumentalidad que Evita imaginó para su homenaje se convirtió en una historia de ambición y desencuentro. Este relato revela las aspiraciones de una figura clave de la política argentina y su legado inacabado.
El 3 de diciembre de 1999, Buenos Aires inauguró el Monumento a Eva Perón, un tributo que surgió de un sueño faraónico, pero que nunca llegó a completarse. Este emblemático proyecto, que se ubica en la plaza entre la Avenida del Libertador y la Biblioteca Nacional, fue aprobado en 1952 pero quedó en el limbo tras el derrocamiento del peronismo en 1955. La historia de este monumento, más allá de ser un simple homenaje, refleja las complejas dinámicas del poder y la memoria en Argentina.
Eva Perón, carismática y visionaria, fue la arquitecta de su propio legado. En 1951, al percibir la gravedad de su salud, comenzó a pensar en un monumento que conmemorara el Día de la Lealtad. En sus propias palabras: «La obra debe servir para que los peronistas se entusiasmen y desahoguen sus emociones eternamente, aun cuando ninguno de nosotros esté vivo», dijo a la diputada Celina Rodríguez de Martínez Paiva, quien llevaría el proyecto al Congreso. Lo que comenzó como un tributo a un descamisado anónimo se transformó en la idea de un “Taj Mahal argentino”.
- El diseño original: Encargado al escultor italiano León Tomassi, la maqueta de 1951 contemplaba una estatua central de un trabajador de 60 metros, alzada sobre un pedestal de 77 metros.
- El concepto evolucionó: Con el deseo de Eva de que su figura reemplazara al trabajador, el monumento se convirtió en un homenaje personal y colectivo a su figura.
- Ambiciones desmedidas: El monumento superaría en altura a la Basílica de San Pedro, triplicaría al Cristo Redentor y tendría un peso estimado de 43,000 toneladas.
La envergadura del proyecto se tradujo en cifras desorbitadas: el costo inicial de 150 millones de pesos se disparó a más de 400 millones, lo que reflejaba no solo la ambición arquitectónica, sino también los desafíos económicos de la época. La construcción incluía 14 ascensores y un sarcófago de plata con una imagen de Evita en relieve, soñando siempre con la inmortalidad.
El 26 de julio de 1952, a tan solo días de ser aprobada la ley que formalizaba el proyecto, Eva falleció. En su testamento, dejó una profunda reflexión: «Así yo me sentiré siempre cerca de mi pueblo y seguiré siendo el puente de amor tendido entre los descamisados y Perón». Esta declaración reafirma su deseo de ser recordada no solo como una figura pública, sino como un símbolo de unión entre las clases.
El monumento, que en su concepción buscaba inspirar y conectar, se encuentra hoy en un limbo, como un eco de las ambiciones de una época. La Plaza que lo alberga se ha convertido en un espacio de memoria, donde los visitantes reflexionan sobre la magnitud de un sueño que, aunque nunca se materializó en su totalidad, sigue resonando en el imaginario colectivo argentino.
Así, el Monumento a Eva Perón, con sus ambiciones desmedidas y su legado incompleto, se erige como un recordatorio de las luchas y aspiraciones de una figura que trascendió su tiempo y sigue siendo un pilar en la memoria política y social de Argentina.